Tras el nacimiento del príncipe imperial, Napoleón Eugenio Luis Bonaparte (Napoleón IV), en 1856, aumentó su interés por los asuntos de estado, en los que intervino manifestando siempre sus propios puntos de vista, a menudo opuestos a los de su marido. Favorable al partido ultramontano, que rechazaba la política imperialista del gobierno en Italia, se caracterizó por su profunda fe religiosa y por su lealtad a la directrices del Papado.
Desempeño la regencia en tres ocasiones (1859, 1865 y 1870), la primera de ellas durante la campaña de Napoleón III en Italia, que motivo una sustancial pérdida de poder por parte del Vaticano. En 1861 abogó por la intervención francesa en México, que concluyó con la invasión de dicho país y la coronación como emperador de Maximiliano I de México.
En 1869 asistió a la inauguración del Canal de Suez, obra de ingeniería cuyo fin era demostrar el desacreditado liderazgo francés en el escenario político mundial. Además, y debido a sus raíces españolas, a las que nunca renunció, se opuso férreamente al candidato prusiano a la Corona española, disputa que acabó con el enfrentamiento bélico entre Francia y Prusia en 1870.
Tras el descalabro militar francés en la batalla de Sedán en septiembre de 1870, ese mismo mes huyó junto con su familia a Londres, estableciéndose posteriormente en Chislehurst. Desde dicho refugio, participó en las conversaciones que desembocaron en la capitulación de Metz y, tras la liberación de su marido, se reunió con él. A la muerte de Napoleón III, acontecida en 1873, se puso al frente del partido bonapartista, aunque oficialmente se lo entregó a Rouher. A partir del fallecimiento del príncipe imperial, en 1879, mantuvo su residencia en el Reino Unido, aunque realizó frecuentes estancias en España.
Eugenia de Montijo falleció en Madrid el 11 de julio de 1920 a los 94 años.
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